Esa noche hacía frío, mucho frío.
Metí la llave en la cerradura mientras veía mi aliento dibujando nubes en el aire. Clic. Abrí la puerta. Dentro estaba oscuro como afuera pero no me hacía falta la luz para nada, había estudiado cada centímetro de esa casa. Recorrí el pequeño pasillo, subí las escaleras despacio, sin hacer el menor ruido. No quería despertarla. Llegué a su habitación. La puerta estaba abierta, como siempre. Dormía de espaldas a la ventana; de cara a la puerta, a mí. Su cabello rubio platino descansaba sobre la almohada y me sentí tentado de tocarlo. Lo hice, con suavidad para que no se diese cuenta que yo estaba allí. Sonreí y saqué el arma.
Puse la pistola en su cabeza.
Abrió los ojos mirándome directamente.
-Dispara -dijo.
Clic.
Y sentí frío, mucho frío.
El blog de Jokarusa.
Lugar de lectura de relatos, metáforas, reflexiones y demás.
sábado, 17 de septiembre de 2016
jueves, 1 de septiembre de 2016
Su última sonrisa.
Llevaba mucho tiempo observándola. Cada noche, a las 23:30, salía al balcón, ponía una canción triste que duraba dos minutos y dieciséis segundos y la escuchaba una y otra vez, llorando, mientras fumaba un cigarro y bebía una copa de vino. Y cada día, a la misma hora, yo me asomaba a la ventana para mirarla. ¿Por qué? Bueno, podría decir que porque no tenía nada mejor que hacer pero en realidad me hacía sentir especial, como si tuviese una cita aunque ella no lo supiera...
Esa noche fue distinta. Salió a las 23:30 y puso la canción pero no fumó, no lloró y no llevaba una copa en la mano sino una botella. Se quedó mirando al cielo mientras la bebía. Cuando terminó, observó lentamente todo a su alrededor y en el momento en que se encontró con mi mirada, sonrió y se tiró al otro lado de la valla haciendo soñar la alarma de un coche al caer sobre él.
Esa noche fue distinta. Salió a las 23:30 y puso la canción pero no fumó, no lloró y no llevaba una copa en la mano sino una botella. Se quedó mirando al cielo mientras la bebía. Cuando terminó, observó lentamente todo a su alrededor y en el momento en que se encontró con mi mirada, sonrió y se tiró al otro lado de la valla haciendo soñar la alarma de un coche al caer sobre él.
sábado, 27 de agosto de 2016
Invierno, otra vez.
Es un vacío que pesa, que oprime, que ahoga. Un vacío que inunda el corazón y la vida. Un vacío infinito que llega a todos los rincones de mi ser, que me hace sentir rota, ausente, muerta. Mientras todos viven, yo no; yo sobrevivo. Yo afronto cada día con dificultad y tedio; uno tras otro, siempre lo mismo, siempre la misma sensación. Me despierto y, arrepentida de no haber dejado de respirar durante la noche, me levanto; transcurre el día con lentitud y vuelvo a dormir. Me despierto de nuevo y otra vez igual... Necesito algo en mi vida que me haga sentir que soy alguien, que no soy tan solo un cuerpo que vaga entre sueño y sueño, sin esperanzas. Necesito algo que me haga sentir... viva. Algo que me diga quién soy, por qué sigo aquí, por qué no he muerto si es lo que debería hacer. Me siento vacía otra vez y tengo miedo de vaciarme del todo. ¿Qué pasará cuando ya no sienta nada? Son todos tan importantes e imprescindibles que me hacen sentir algo pequeño, algo invisible, algo completamente inerte. Inútil, definitivamente inútil. Sé que mi presencia les molesta, les incomoda. Y por eso me gusta el invierno, porque al menos el frío me obliga a sentir algo.
Era por la mañana.
Era por la mañana. Yo estaba buscando una novela en los pasillos de la biblioteca cuando, al girar en la esquina, choqué con una chica. Se me cayeron los libros que llevaba en las manos y ella se agachó para ayudarme a recogerlos.
-"El banquete"... -me dijo leyendo el título de uno- ¿Te gusta Platón?
-Bueno, eh... Estoy empezando a leerle ahora, pero sí.
-A mí también me gusta. Oye, ¿te apetece tomar un café conmigo aquí abajo?
Dudé unos segundos pero finalmente accedí y decidí aplazar la novela para otro día. Estuvimos hablando sobre filosofía y libros que las dos habíamos leído. El café nos llevó a ir a comer y de ahí fuimos a pasar la tarde juntas. Teníamos tantas cosas en común... Creí que había encontrado a mi alma gemela. No pasé por mi apartamento en todo el día. Por la noche, quisimos ir a bailar y terminamos en mi cama. Al día siguiente, desperté y ella ya no estaba. Me dejó una nota con una sola palabra. Ni teléfono, ni correo, ni una cita para otro día... Simplemente desapareció y no volví a verla nunca.
-"El banquete"... -me dijo leyendo el título de uno- ¿Te gusta Platón?
-Bueno, eh... Estoy empezando a leerle ahora, pero sí.
-A mí también me gusta. Oye, ¿te apetece tomar un café conmigo aquí abajo?
Dudé unos segundos pero finalmente accedí y decidí aplazar la novela para otro día. Estuvimos hablando sobre filosofía y libros que las dos habíamos leído. El café nos llevó a ir a comer y de ahí fuimos a pasar la tarde juntas. Teníamos tantas cosas en común... Creí que había encontrado a mi alma gemela. No pasé por mi apartamento en todo el día. Por la noche, quisimos ir a bailar y terminamos en mi cama. Al día siguiente, desperté y ella ya no estaba. Me dejó una nota con una sola palabra. Ni teléfono, ni correo, ni una cita para otro día... Simplemente desapareció y no volví a verla nunca.
Me gustas.
-¿Qué te pasa?
-Nada.
-Estás triste -afirmó él.
-Ya lo sé.
-¿Por qué?
-No lo entenderías... -susurré.
-No lo has intentado.
-Estoy enamorada. Eso me pasa.
-¿De quién?
-No puedo decírtelo.
-Sí puedes.
-Bueno, no quiero.
-Vale. Y ¿por qué no le dices a él lo que sientes?
-Porque somos amigos y no quiero echar a perder nuestra amistad. Además, nunca conseguiré gustarle...
-¿Por qué? -preguntó de nuevo.
-Mírame.
-A mí me gustas.
Me quedé unos segundos en silencio, mirándole.
-¿Es una broma?
-No.
-Pues lo parece.
-No lo es. Me gustas.
No podía articular palabra. No podía respirar. No podía dejar de mirar sus ojos. Y entonces me besó, y me sentí la chica más feliz del mundo.
-Nada.
-Estás triste -afirmó él.
-Ya lo sé.
-¿Por qué?
-No lo entenderías... -susurré.
-No lo has intentado.
-Estoy enamorada. Eso me pasa.
-¿De quién?
-No puedo decírtelo.
-Sí puedes.
-Bueno, no quiero.
-Vale. Y ¿por qué no le dices a él lo que sientes?
-Porque somos amigos y no quiero echar a perder nuestra amistad. Además, nunca conseguiré gustarle...
-¿Por qué? -preguntó de nuevo.
-Mírame.
-A mí me gustas.
Me quedé unos segundos en silencio, mirándole.
-¿Es una broma?
-No.
-Pues lo parece.
-No lo es. Me gustas.
No podía articular palabra. No podía respirar. No podía dejar de mirar sus ojos. Y entonces me besó, y me sentí la chica más feliz del mundo.
domingo, 14 de agosto de 2016
No soy él.
Con el pelo alborotado por el viento y una sonrisa preciosa en el rostro, corres hacía mí y me abrazas, como hacen las ramitas de los árboles desnudos. Me dices que me has echado de menos y me propones tomar un café. Luego, me pides que te cuente cómo me ha ido la vida en este tiempo, te cuento algunas anécdotas divertidas y destrozas mi corazón cada vez que te ríes... Porque en realidad no estás hablando conmigo sino con él. Porque él es quien te hará feliz, y no yo. Porque nunca conseguiré ocupar su lugar. Porque, por mucho que lo intente, siempre seré una insignificante parte del público. Porque ni siquiera soy capaz de decirte lo que siento...
Desastre.
Un lunes, me desperté tarde y salí a prisas. Cuando abrí la puerta, vi una gota de agua caer en mi abrigo; llovía y no había cogido paraguas. Ya no me daba tiempo a volver así que fui corriendo al instituto. Al salir de clase, seis horas después, seguía lloviendo. De camino a casa, oí una voz grave a mi lado.
-Hola. Llueve mucho para que vayas sin paraguas -dijo cubriéndome con el suyo.
-¿Te conozco?
-No. Pero yo a ti sí.
-¿Cómo? -pregunté.
-Todos los días a esta misma hora voy por esa calle -contestó señalando a nuestra derecha- y te veo pasar. Oí a tus amigas llamarte Jokarusa.
-¿Sabes que esto es un poco raro, verdad?
-Yo soy raro.
-¿Por qué?
-Si comes conmigo mañana, te lo cuento.
-No sé... Podrías ser un psicópata.
-Tú también -los dos sonreímos.
-Está bien -me producía demasiada curiosidad-. Me dirás tu nombre al menos, ¿o no?
-Bueno, yo sé el tuyo así que sería lo más justo... Pero nadie me llama por mi nombre.
-¿Por qué? -pregunté otra vez.
-Te contaré eso también mañana. De momento puedes llamarme Dhes.
Fuimos a comer a una pizzería y me contó algunas cosas, como el origen de su apodo.
-Mis padres, mis profesores e incluso mis amigos me decían que era un "desastre" y de esa palabra viene Dhes.
Pero me dijo demasiado poco para todo lo que yo quería saber de él; hablamos más de mí, por desgracia. Le conté dónde estudiaba, de qué me gustaría trabajar, le hablé de mi familia y amigos y hasta de mis exnovios. Él tenía dos años más que yo, era cantante y tocaba el bajo con unos colegas en una banda de rock. Todas las tardes iba a ver tocar al grupo después de las clases. Dhes y yo fuimos conociéndonos y unos meses después empezamos a salir. Cuando yo tenía 21 años, me quedé embarazada de una niña preciosa. Ver a Dhes cogiendo a Lizzy en brazos después del parto me hizo inmensamente feliz. Un día, cuando volvía en coche de dar un concierto, un camión chocó contra él. No sobrevivió. Para entonces, Lizzy tenía 16 años. No pudo soportar la muerte de su padre y se suicidó unos días después del funeral. Las dos personas que más quería en el mundo habían fallecido, y por ese motivo me di al alcohol. Mi madre fue la que me convenció para venir aquí. Gracias a todos por escucharme.
-Gracias a ti por compartir tu historia con nosotros, Jokarusa -dijo el organizador de las reuniones de Alcohólicos Anónimos.
-Hola. Llueve mucho para que vayas sin paraguas -dijo cubriéndome con el suyo.
-¿Te conozco?
-No. Pero yo a ti sí.
-¿Cómo? -pregunté.
-Todos los días a esta misma hora voy por esa calle -contestó señalando a nuestra derecha- y te veo pasar. Oí a tus amigas llamarte Jokarusa.
-¿Sabes que esto es un poco raro, verdad?
-Yo soy raro.
-¿Por qué?
-Si comes conmigo mañana, te lo cuento.
-No sé... Podrías ser un psicópata.
-Tú también -los dos sonreímos.
-Está bien -me producía demasiada curiosidad-. Me dirás tu nombre al menos, ¿o no?
-Bueno, yo sé el tuyo así que sería lo más justo... Pero nadie me llama por mi nombre.
-¿Por qué? -pregunté otra vez.
-Te contaré eso también mañana. De momento puedes llamarme Dhes.
Fuimos a comer a una pizzería y me contó algunas cosas, como el origen de su apodo.
-Mis padres, mis profesores e incluso mis amigos me decían que era un "desastre" y de esa palabra viene Dhes.
Pero me dijo demasiado poco para todo lo que yo quería saber de él; hablamos más de mí, por desgracia. Le conté dónde estudiaba, de qué me gustaría trabajar, le hablé de mi familia y amigos y hasta de mis exnovios. Él tenía dos años más que yo, era cantante y tocaba el bajo con unos colegas en una banda de rock. Todas las tardes iba a ver tocar al grupo después de las clases. Dhes y yo fuimos conociéndonos y unos meses después empezamos a salir. Cuando yo tenía 21 años, me quedé embarazada de una niña preciosa. Ver a Dhes cogiendo a Lizzy en brazos después del parto me hizo inmensamente feliz. Un día, cuando volvía en coche de dar un concierto, un camión chocó contra él. No sobrevivió. Para entonces, Lizzy tenía 16 años. No pudo soportar la muerte de su padre y se suicidó unos días después del funeral. Las dos personas que más quería en el mundo habían fallecido, y por ese motivo me di al alcohol. Mi madre fue la que me convenció para venir aquí. Gracias a todos por escucharme.
-Gracias a ti por compartir tu historia con nosotros, Jokarusa -dijo el organizador de las reuniones de Alcohólicos Anónimos.
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)