sábado, 21 de mayo de 2016

Nieve.

Piensa en una mañana fría de invierno, ha llovido durante la noche y el suelo está mojado. Las lunas de los coches están cubiertas de hielo. Andas con cuidado de no caer y a medio camino empieza a nevar. Un copo de nieve, dos, tres... Y nueva más y más. Al cabo de un rato el suelo está cubierto de nieve, todo el paisaje que ves está blanco, y no deja de nevar. Precioso, ¿verdad? Ahora fija la vista en un solo copo de nieve: cae despacio, no tiene prisa y ¿sabes por qué? Yo creo que porque no quiere morir. Su vida es sencilla, corta, efímera. Cae desde el cielo, pasa delante de las personas pero nadie se fija en él y muere chocando contra tu mano, por ejemplo. Cuando alguien está cayendo nadie se da cuenta. ¿Por qué? Porque la gente ya tiene sus problemas, porque viven con prisa, porque no merece la pena ayudar, porque no vale nada si es sólo una persona cayendo. Pero cuando choca contra su mano y sienten el frío de la muerte... ¡Ahí! Ahí vienen las lágrimas, la melancolía, la tristeza. Una vez que mueres eres importante, pero no mientras estás cayendo. Pierdes la vida, ganas importancia. Así es, al igual que los copos de nieve.

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