Era un lunes frío de enero, a las 10:30 de la mañana. Estaba en clase, escuchando un sermón sobre literatura cuando el aburrimiento me invitó a mirar por la ventana y descubrí que en uno de los apartamentos del edificio de al lado un hombre y una mujer discutían acaloradamente.
-Bárbara, eh , mira... -susurré a mi compañera de mesa.
-¿Qué pasa?
Señalé la ventana y ella lo vio. Bárbara y yo teníamos un juego para las clases más aburridas. Siempre nos sentábamos junto a la ventana y buscábamos gente hablando en sus casa o en la calle; entonces, inventábamos sus vidas y lo que estaban diciendo en ese momento.
-Seguro que discuten porque ella tiene un amante y él lo ha descubierto.
-Yo creo que el infiel es él... Carlos.
-Y ella... Amanda, ha leído un mensaje en su móvil -aseguré.
Amanda se sentó en una silla y empezó a llorar. Entonces vimos cómo él la golpeaba en la cara y ahogamos un grito.
-¡Bárbara, Jokarusa! -dijo la profesora- ¿Qué os pasa? ¿Tenéis algo que compartir con el resto de la clase?
-Negamos con la cabeza y seguimos mirando disimuladamente a la pareja. Amanda estaba de pie ahora, Carlos estaba cogiéndola del pelo y vociferando.
-Pobrecita... -murmuró mi amiga.
Él por fin la soltó y Amanda corrió; al instante, Carlos fue tras ella. Unos segundos después, Amanda volvió a nuestro campo visual caminando hacia atrás, aterrorizada y con un cuchillo enorme en la mano. El hombre le dio un gran puñetazo en el estómago y le arrebató el arma. Gritó algo y después la tiró al suelo. Comenzó a darla patadas. Era horrible pero no podíamos dejar de mirar. Carlos alzó el brazo con el cuchillo y se lo clavó en el pecho. Se arrodilló a su lado y la apuñaló muchas veces, muchísimas. Bárbara había apartado la mirada y lloraba en silencio. Yo seguí observando la escena hasta que Carlos dejó de acuchillar a su mujer, se puso el abrigo y se fue. Le pedí a la profesora que me dejase ir al servicio y allí vomité recordando lo que había visto. No volvimos a jugar a eso nunca.
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